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Carta de Un baile-sin-terminar
A los 13 años yo también sentía una urgencia desesperada por acabar un cuerpo que, lejos de mostrarse confuso y sospechoso, anunciase una certeza ante la mirada del otro. No obstante, el cuerpo que yo trataba de obrar no tenía buena recepción del público. Dadas las malas críticas y abucheos, tuve que darle un giro al guión y adaptarlo a los requerimientos del lugar. No fue tarea fácil. Tras varios ajustes y retoques, fui adivinando la corporalidad que se esperaba que fuera. Las otras posibles solo en los descansos me visitan, habían adquirido grandes poderes para pasar desapercibidas. Eran vergonzosas, monstruosas... ¿O eso pensaba yo? Quizá lo que yo veía era aquello vergonzoso que los de fuera proyectaban en mí. ¡Pobre de mí! Yo me lo creí. A diferencia de los que caminan serios y en línea recta, sabiendo muy bien quiénes son y a dónde van, yo andaba cuerpo oblicuo, mirada diagonal, rodillas giradas. Y claro, luego estaba la lengua. De la palabra, ya ni hablar. El ejercicio de la identidad era difícil a esa edad; (también lo es ahora). Si Idem viene a decir “idéntico a sí mismo”, entonces, ¿yo es igual a yo? Y si no hay Un yo esencial, ¿quiénes son yo? Qué fastidio eso de tú así y tú asá, y tú esto y tú aquello. Primero me esforcé por ser algo muy estrecho para que, si acaso, los de fuera tuviesen bien claro qué era. ¿No es eso pretender fijar algo que está en un continuo nacer, brotando, florenciando? Al tiempo esas fijezas del ser comenzaron a provocarme rozaduras en las rodillas, en los codos y en algunas otras partes del cuerpo. (Todavía me sigue pasando a veces). El esfuerzo por lo estrecho venía del imperativo de ser medible, cuerpo mesurable para los actos del habla. Obviamente, mi anchura excedía su campo de visión. Yo todavía no sabía verlo; en ese momento no sabía mirarlo. Qué diferente sería hoy si esa potencia no hubiese sido castrada, contenida. ¿O no? ¿Acaso todo lo reprimido no acaba siempre encontrando su salida? Hoy es hoy. Yo es hoy. ¡Oye! Tenemos que ponernos las pilas; desde fuera nos piden explicaciones. Este gesto así no, mejor así, de mano-rey. Ese otro de ahí hay que seguir ensayándolo, girar la cabeza tan suave no produce el espanto que debería. Los gritos, mejor de otra manera, o bueno, no… Estréchalos hasta casi no escuchar… O bueno, no, gritos, no. Pero, ¿cómo hacer? ¿Cómo saber qué era si no conocía todas las cosas que podía ser? Y, aun conociendo todas las cosas que puedo ser, ¿por qué ser solo una? Qué fastidio eso de decidir. Je suis d’une espèce qui n’est (pas) (jamais) (encore) arrivée. Esta frase de Hélène Cixous ha marcado mi cuerpo como un tatuaje. Nombra lo que vengo siendo. El cuerpo de los 13 años estaba blando y duro a la vez. Tenía ya los contornos bien subrayados; por fuera iba de pan duro, pero por dentro no era más que pan mojado. (No creáis que la cosa ha cambiado mucho). Pero pronto me convencí de ser algo, o alguien. Tuve que hacerlo. En todo caso, era Uno, un ser de apariencia humana, que asume que ser Uno es tener un único nombre y caminar de cierta manera, sentarse de cierta manera, vestirse de cierta manera. Qué alivio… ¿Qué alivio? Hacer amigos suponía eso. Pertenecer a un grupo, formar parte de la conversación, participar ahí donde el reconocimiento del otro hace que yo exista era la empresa de cada día. También la angustia. ¡Ey! Tu mirada me completa, conforma lo que estoy por ser, a cada rato, a cada instante. Amiga, amigo, dime: ¿qué ves? ¿qué ves? ¿qué soy? ¿soy igual que tú, que ella, que él? Sin embargo, el caminito de migas que iba dejando sabía bien lo que hacía. Si bien el pan lo compramos mayormente en barra, sabemos que las formas en las que puede devenir son muchas, múltiples. Y sí, el pan sigue siendo pan, pero ¿no es la identidad acaso un juego de identificaciones? Jouer en francés es jugar y performar. Ala. Ea. Fíjate, si es que yo tenía que ser bailarínrín contorsionista, sino, ¿cómo respirar suave en ese pueblo? Mi cuerpo-pueblo fracasó en el intento de ser Uno. Obvio. Poblado inevitablemente de muchos, me vi en una buena trifulca con los de dentro y con los de fuera. Pasaron los meses, los años. Los de fuera dicen que soy Una cosa, que tengo los brazos fuertes, pero vete tú a saber. En cuanto a los de dentro, ahora está mejor la cosa, hacemos comisiones, nos organizamos. ¿Qué tal? ¿Cómo vas? Vamos siendo. Ya no autorizamos tan fácilmente a los de fuera cuando nos dicen siéntate así, o come asá. ¿Quiénes son yo? Somos el maravilloso baile sin-terminar. ¡Encantado! ¡Inacabado! Es así. Punto final…